RODAMON – XAVI NARRO – 64 DIES – 5968KM

 

Ya hace dos meses que salí de Barcelona en dirección al este para dar la vuelta al mundo, pero pienso en la persona que se subió a la bicicleta aquel día y me parece que tiene poco que ver conmigo. Sobre todo ahora que he llegado a Kazajistán y las condiciones del viaje se han vuelto mucho más duras. Recuerdo cómo en Europa occidental pedaleaba tranquilamente con los dos amigos que me acompañaban, cómo hacíamos pausas cada dos por tres para tomar café y pastas, cómo nos sobraban horas de luz y visitábamos con calma las ciudades por donde pasaba nuestra ruta.

Ahora, en cambio, más que un paseo, esto se ha convertido casi en una prueba de supervivencia. La última vez que escribí, desde Elista (Rusia), empezaba a intuirse el cambio. Sin embargo, una vez pasada esta ciudad, las diferencias eran evidentes: de camino a la última ciudad rusa, Ástrakhan, las distancias entre poblaciones se incrementaron exageradamente y la estepa se convirtió gradualmente en un desierto. En Ástrakhan y alrededores, las aguas del Volga y sus múltiples brazos secundarios enverdecían el paisaje. Pero una vez lejos del curso del río y habiendo entrado en Kazajistán, regresó la aridez extrema. De hecho, durante los tres primeros días en el país kazajo atravesé el desierto del Ryn, situado en plena depresión caspiana, al noroeste del mar Caspio.

El sol abrasador, la dificultad para encontrar una sombra donde descansar y los interminables kilómetros sin avituallamiento se sumaron al viento que venía soplando en mi contra desde Ucrania. Recuerdo esas jornadas no tan lejanas y me enorgullezco de haber sido capaz de soportarlas. De momento, y espero poder decir lo mismo cuando vuelva a Barcelona, han sido los más duros de todo el viaje, pero seguí adelante casi sin saber cómo ni por qué, continué pedaleando tozudamente en contra de los elementos y al final siempre conseguí avanzar un buen trecho.

El peor día, sin duda, fue el que llegué a la ciudad de Atyrau. Solo pude alcanzar una media de 12 km/h, me pasé la etapa luchando contra el viento, masticando la arena del desierto que se me metía en la boca y maldiciendo la hora en la que decidí lanzarme a esta aventura. Sin embargo, llegué a Atyrau y recibí mi recompensa en forma de ducha y cama. Al día siguiente, crucé un puente sobre el río Ural y ya me encontraba en Asia. A partir de entonces, el viento ha ido mejorando.

El viento sí, pero me esperaba otra sorpresa desagradable: a los dos días de dejar Atyrau, el asfalto desapareció para dejar paso a una pista de tierra, arena y piedras en un estado lamentable. Los pocos vehículos que circulaban por esta ruta preferían conducir por encima de la estepa que sobre el camino. Un par de veces perdí el control de la bici al patinar sobre un banco de arena. Las condiciones de la carretera resultaron ser un enemigo tan temible como el viento: de nuevo, mis registros de velocidad media quedaban por los suelos y para recorrer distancias notables tenía que pedalear desde que salía el sol hasta que se ponía.

Por suerte, como siempre, los habitantes de las tierras por donde ruedo son siempre un alivio. A los kazajos no les falta nunca un momento para interesarse por mí, preguntarme de dónde vengo, a dónde voy, por qué hago este viaje… Casi todos los conductores pitan desde el coche o el camión para saludarme, lo cual se agradece pero a veces, cuando estoy concentrado, me asusta un poco.

También cuento con la recompensa de las shaikhanas, las casas de té de la carretera donde los viajeros podemos parar para descansar y comer algo. Las más tradicionales no cuentan con mesas y sillas como las occidentales, sino que uno se sienta en el suelo o sobre una tarima, apoyado en unos cojines, y come sobre una tabla larga y baja. Los platos tradicionales del país (borsch, lagman, pelmeni), las tortillas de cuatro o cinco huevos con pan y, sobre todo, las tazas de té con leche y mucho azúcar, me dan la fuerza necesaria para reponerme y continuar el camino.

Después de unos cientos de kilómetros después de Atyrau, la carretera mejoró y pude volver a rodar con tranquilidad. Hace cuatro días, al final de la etapa, me encontré un ciclista blanco y rubio pedaleando hacia mí. Me preguntó si hablaba inglés y si había visto un jersey azul. Stu estaba viajando en bici con su hermano Chris, habían llegado a Kazajistán desde Inglaterra y se dirigían a Vietnam. El jersey azul no apareció pero decidimos acampar y pedalear juntos unos días. Supongo que todos los cicloturistas tenemos algo en común, algún problema en la cabeza quizás, porque nos entendemos perfectamente desde el momento en que nos conocemos.

Desde entonces, el camino ha sido bastante agradable. La carretera está en buenas condiciones y el viento es amable casi siempre. Solo lo pasamos mal el día que llegamos a la ciudad de Aktobe, tocando a Siberia: soplaba viento del norte y no solo nos venía de cara, sino que era totalmente gélido y nos pasamos el día pedaleando con los mocos colgando.

Hoy, en cambio, ha sido un día agradable con viento a favor, ¡por fin! A partir de ahora nos dirigiremos hacia el sur, pasando por Aral y hasta llegar a la cordillera del Tian Shan. Las mañanas y las noches son muy frías y los días muy cortos, pero continuamos adelante. En un viaje tan largo, es normal que se sucedan tramos fáciles y cómodos y otros complicados y duros como los de los últimos días. Pero pase lo que pase, ¡seguimos rodando, hasta muy pronto!

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