Yosesigo by Naila Jornet

“Es como estar en el cine, esto” oigo que dice Jon. Está unos metros más arriba, estirado en una clariana de acónito común. Las manos escondidas en los bolsillos del plumas, la nariz y las orejas debajo la capucha. Fiona y yo también estamos enterradas debajo un montón de plumas que nos protegen del frío. Oigo a Fuas que resopla y le pide atención a Fiona; instintivamente todos empezamos a animarlo: “va Faust, que ja queda poc”, “venga titán”, “ànims”.

Faust està acabando la vía, le quedan unos pocos pasos escondidos debajo un desplome. Se lo mira, alarga una mano y recula. Vuelve a mirar i saca el cepillo que siempre lleva en el arnés. Con una mano en el último canto “bueno” limpia la minúscula fisura a la que tiene que ir a agarrarse. Vuelve atrás y respira fuerte un par de veces. Fiona y Jon vuelven a animarlo. Toca la fisura con la mano izquierda, apenas le entran las falanges distales de los dedos, pero a él le parece suficiente. Mueve el pie izquierdo, abriéndolo a una presa invisible para mis ojos, aguanta la respiración. Con los brazos completamente abiertos cruza los pies, parece que baile encima de la roca. Un último movimiento rápido y encadena la vía, concluyendo el espectáculo de fisuras en el que hemos vivido los últimos tres días.

Cadaresse está situado al norte de Itàlia, en la frontera con Suiza a la altura del Simpon Pass. Desde principios de verano buscábamos fechas para ir; Simón Elías nos había dicho que si buscábamos fisuras ese era el lugar. Pasaban los días y nunca encontrábamos el momento para ir, hasta que a finales de septiembre junto con Marcel, Faust, Jon i Fiona decidimos aprovechar tres días de buen tiempo para conducir las tres horas y media que separan Chamonix de ese valle italiano.

Llegamos por la noche después de dar alguna que otra vuelta en busca del sitio perfecto para aparcar las furgonetas. Por la mañana vi que no éramos los únicos y que había cinco o seis coches más con gente durmiendo. El sol aún no había salido así que volví a esconder la nariz en la manta y a esperar que el sol calentara la escarcha de la noche.

El frío nos acompañó durante el desayuno y no nos dejó hasta que empezamos a andar dirección a las paredes. El camino sube unos cinco minutos por dentro de un bosque de abetos y hayas. Por todas bandas había rocas con fisuras, motivo que hizo que los cinco minutos de aproximación que decían las reseñas se convirtieran en quince. Sin saber muy bien por dónde empezar nos decidimos por el sector “Crack Party” que como se puede deducir por su nombre era una fiesta de fisuras.

Escalamos hasta que los brazos nos dijeron basta. Ya volviendo para el coche nos encontramos unos suizos que nos recomendaron ir a otra zona de escalada, un poco más alejada: Yosesigo. Les hicimos caso después de teclear en google “Yosesigo” y ver unas fisuras que daban miedo. La aproximación es lo que tiraba más para atrás pero se nos hizo bastante amena pues a los dos minutos nos encontramos con una gente buscando setas y Fiona empezó a identificarnos todas las setas que íbamos encontrando, y así, la hora y media de aproximación se nos pasó volando.  Una vez llegamos allí no sabíamos por donde empezar.

Yosesigo es una pared con fisuras para todos los gustos y para todos los tamaños de mano. Situada enmedio del bosque la pared sólo tiene sol por la mañana. Allí nos encontramos con los chicos que habían abierto la mayoría de las vías así que nos aconsejaron las vías más bonitas y el sitio al que ir a cenar: la cooperativa de Croveo, dónde al segundo dia de ir ya nos trataban como clientes habituales. Nos gustó tanto el sitio que aprovechamos el último día para repetir sector y cena. Volviendo para Chamonix teníamos una cosa clara: Tenemos que volver!

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