Escalamos una pared de pizza con Fiona, cómo si fuera una masa que empieza a calentarse demasiado y le salen burbujas. Otro día tras una aproximación complicada en coche por pistas forestales, escalamos una preciosa vía de largos con vistas a las Vegas allá en el fondo, tal que un miraje en medio del desierto. No faltó tampoco una visita a la ciudad que no duerme. Llena de casinos, espectáculos, luces, muchas luces y mucha gente. Jugamos en las Vegas y perdimos, como nos dijo el crupiere, la banca nunca pierde. Durante el día las vegas se despierta con otro aspecto, pudimos visitar una exposición muy interesante de “Bodies”, tuvimos una experiencia curiosa en una lavandería de un barrio bastante apartado de las zonas turísticas, y comimos una hamburguesa en el barrio antiguo de las vegas mientras disfrutábamos e los espectáculos callejeros y nos pasaba gente haciendo tirolinas por la cabeza.
Fiona se hizo daño en un dedo y le molestaba para escalar en regletas así que viendo que en Moab ya no hacia tan mal tiempo volvimos a empaquetar y dejando atrás a una parte del grupo volvimos a cruzar Nevada, pasamos a Utah y entrada la noche llegamos a este pueblo, cita obligada para los amantes de la BTT.
El Wall Streat fue hacia donde dirigimos nuestros pasos al día siguiente, pero la lluvia aún no había secado la arenisca, no había nadie escalando así que decidimos hacer un día de turismo. Moab no solo es una meca para la btt o la escalada en fisuras. Al pocos kilómetros hay el desvío hacia La Sal, una cordillera con picos de 13.000 pies, con palas nevadas que nos daban ganas de cambiar el material de escalada por el de esquí. Un poco más lejos Canyonlands, un parque nacional que sólo para ver puestas de sol ya merece la pena visitar, con algunas de las torres más famosas para escalar en el desierto y algunos senderos para correr durante una semana y no llegar a acabarlos. Y al otro lado de la carretera, y el más cerca de Moab está el Arches National Park, una pincelada de lo que la naturaleza ha echo en Estados Unidos.
Si bien Utah es conocido estado mormón, Moab al ser un centro turístico deportivo las restricciones de esta religión parecen ser menos evidentes. Una vez la roca hubo secado escalamos en la arenisca del Wall Stret, a pie de carretera hasta había quienes aseguraban sentados en el capó del coche. Por la noche tras un paso obligado en la brewerie nos fuimos a Indian Creek. Esa noche llovió y tronó, tanto que parecía que los truenos duraban una eternidad. El frío por la noche nos heló el agua y hasta que el sol no estuvo bien alto en el cielo no fuimos capaces de sacarnos el anorak de plumas. Por suerte la tormenta había sido corta y con viento así que la roca ni siquiera estaba húmeda. Fuimos primero a una de las vías más conocidas de Indian Creek. La supercrak. Una fisura perfecta, de doses abajo y de treses arriba. De esas que empiezas y si te pasa como a mi, que no sabes como ponerte en una fisura tienes metros y metros por delante para practicar, porque sólo hay una opción de escalada. Después vinieron otras vías, algunas muy conocidas, otras no tanto, casi todas bonitas tirando a espectaculares. Algunas imposibles para mi, unas se adaptaban a las manos de Guillem o Faust, otras a las de Fiona, yo intentaba todo lo que me abrieran, algunas veces llegaba aceptablemente arriba, otras no lograba hacer dos pasos sin caerme. Pero aprendimos, nos cansamos, disfrutamos y reímos mucho. Indian Creek es sin duda un lugar que visitar sin duda. Tras tres días y viendo que en breves volvía el mal tiempo volvimos a Moab con la idea de hacer una torre. Las torres son otro de los grandes atractivos de la zona. Lo preparamos todo, hicimos el material y hasta nos levantamos a las seis para ir hacia allí. Pero al sonar el despertador, el viento y la lluvia caían a raudales, así que seguimos durmiendo. Marchamos por la mañana dirección al buen tiempo con la espina de no haber podido escalar una torre, lo apuntamos para un próximo viaje.
Nos quedaban apenas cuatro días para que nuestro avión saliera de San Francisco cuando llegamos a Zion. Por fin podíamos desayunar sin plumas ni temblando de frío! Nos quedamos dos días, uno para escalar, el otro para andar. Subimos al Angels landing uno de las rutas más famosas del parque. Un recorrido precioso, no encuento otra palabra para describirlo. Lleno de gente, tanta que en la parte final, cuando el camino se estrecha para convertirse en una arista, (eso si, con cuerdas, pasamanos y escaleras) las colas son un constante. En muchos pasos no caben dos personas en paralelo y o bien los que suben o los que bajan han de pararse a esperar a que los otros crucen, al ser un camino difícil para mucha de la gente que allí va es frecuente encontrarte con ataques de pánico. Pero con un poco de paciencia e intentando pensar que esto es América, con sus propias reglas, pudimos disfrutar de un sendero, como ya he dicho, precioso.
Tras despedirnos de Lluc y Felix que aún tenían varios días de viaje nos encaminamos a San Francisco. Hicimos noche en Deadh Valley, de dónde solo podemos decir que hacía calor, un sitio curioso, bajo el nivel del mar, un desierto con montes y muchas millas sin ninguna población. Decidimos hacer una parada a Sequoia National Park que Marta nos había dicho que para ella era sin duda el parque mas bonito. Eran casi las cuatro de la tarde cuando entramos en el parque, paramos un momento para ver los Niddles, otro de los sitios que teníamos apuntados a la lista para ir a escalar y que no pudo ser. Habíamos justo empezado a subir por la carretera, Guillem preguntaba que dónde estaban las sequoias, que por ese lado el parque era muy bonito pero sequoias no se veía ninguna a la legua, y de repente, dos coches parados a un lado de la carretera tomando fotos, al valle, o eso parecía. Nos giramos para ver la vista que les había parado y allí, encima de un árbol estaba él. Un pequeño oso negro. Paramos el coche en mitad de la carretera y sin que Faust tuviera siquiera tiempo a aparcarlo saltamos los tres del coche en marcha. Había efectivamente allí tres osos. Uno pequeño subido a un árbol, su madre a los pies mirándolo, y al otro lado de la carretera un tercero dando vueltas mientras decidía en cual árbol quería subirse.
Cuando fuimos capaces de mover los pies y volver al coche subimos el puerto y finalmente encontramos las sequoias. Enormes. Espectaculares. Increíbles. No creo que sea capaz de encontrar suficientes adjetivos para describirlas como merecen. Nos quedamos allí hasta que el sol nos echo y condujimos hasta San Francisco. Teníamos un día, un único día para visitar la que dicen que es una de las ciudades más bonitas de estados unidos. La primera parada fue en una cafetería en el barrio Mission, que Gerard nos había recomendado. Al salir vimos unas bicis de alquiler, tipo del biking de Barcelona, y que hay mejor que hacer turismo moviéndote en bici?
No pudimos ver todo lo que las páginas de viajes recomiendan ver, pero vimos suficiente para decir que San Francisco es una de las ciudades más bonitas en las que he estado. Visitamos primero el barrio del castro, donde los pasos de peatones son multicolor. De allí fuimos al barrio hippie, donde estaba la casa de Jenis Joplin, luego a las casas victorianas y a las calles que salen en las películas de hollywood, valga decir que si bien las bajadas son divertidas, las subidas… no tanto. Paramos a comer al barrio chino y de allí al famoso muelle 39, refugio de los leones marinos y desde donde se ve la famosisima Isla de Alcatraz. Sólo nos quedaba ver el Golden gate que cruzamos, aunque era de noche y no vimos nada.