RODAMON XAVI NARRO – 34 DIES – 3174 Km

Odessa, Ucrania, 31 de agosto de 2012

 Ya han pasado dos semanas desde que dejé Ljubljana pero los recuerdos de los días que pasé ahí me parecen de otra era. Si alguna vez habéis hecho una ruta larga, sabréis de qué os hablo: el tiempo se distorsiona de mala manera cuando viajas.

A diferencia de las dos primeras semanas de viaje, en las que pedaleé desde Barcelona hasta Eslovenia con mis amigos Scott Hayashida y Xavi Normal, esta segunda quincena de agosto he ido solo.

Ya he hecho otras rutas sin compañía antes, pero nunca había tenido encima la presión de prever más de un año sin compañía. Por suerte, una vez dejé atrás el área metropolitana de Ljubljana, la amabilidad de las verdes colinas eslovenas me ayudó a olvidar la soledad. En parte por la belleza de postal del paisaje pero también por los desniveles exagerados con que tuve que enfrentarme, algunos del 16 %, que no me permitían pensar en otra cosa…

Tras un tránsito de un día por Croacia llegué a Hungría (Magyarország, en húngaro), país poco amable con los ciclistas. Desde la entrada por Letenye hasta la salida por Debrecen tuve que rodar por carreteras restringidas a bicicletas. No es que me guste especialmente saltarme las normas, y menos si puede haber una multa de por medio, pero no existía ninguna ruta alternativa. Mientras pedaleaba con inseguridad me encontré con Antoine y Julien, dos franceses de Toulouse que iban a Budapest también en bici para luego dar un rodeo por el norte y volver a su ciudad. Ellos me confirmaron que la única posibilidad para llegar a la capital húngara era esa carretera que cada kilómetro nos recordaba con una señal que estábamos infringiendo la ley.

Llegamos a Budapest el 20 de agosto, coincidiendo con la celebración de la Fiesta Nacional de Hungría, así que hicimos bien en dejar las bicis en el hotel para unirnos a la multitud y pasear por la orilla del Danubio y admirar los fuegos artificiales sobre el río.

 Pero el día siguiente tocaba hacer 100 km más, así que nos dejamos de fiestas y me despedí de mis nuevos amigos franceses. Había estado bien rodar en compañía de nuevo, aunque hubiera sido por tan poco tiempo.

 Al oeste de Budapest me encontré carreteras más tranquilas pero con las mismas señales de prohibición para bicicletas. Eso sí, ahora ya había aprendido a ignorarlas sin dudar. De Hungría debo destacar la belleza del centro histórico de la mayoría de sus poblaciones, por supuesto de Budapest pero también de otras ciudades que hace ocho años, durante mi viaje de Barcelona a China, no había tenido la suerte de conocer, como es el caso de Debrecen. Aparte, tengo que añadir que la inmensa barrera lingüística que representa el húngaro se relativizó fácilmente gracias a la simpatía de casi todo el mundo que conocí.

Tras Hungría me esperaba Rumanía, un país al que tenía muchas ganas de volver porque hace ocho años me trató muy bien. Solo entrar me adentré en los montes Maramures, parte de los Cárpatos Orientales. Ahí llegué a la máxima altura de lo que llevo de viaje, 1.460 metros sobre el nivel del mar en el paso de Prislop. La noche que dormí más alto, en un campamento gitano, salí un momento a hacer mis necesidades y tuve que volver a la tienda huyendo del frío alpino: suerte que mi saco Ice Peak me esperaba para ayudarme a dejar de tiritar.

Al otro lado de las montañas me esperaba una zona extremadamente rural del país rumano, pero también muy pintoresca: a lo bello del paisaje cabe añadir la gracia de sus pueblos, de casas de madera pintada y grandes pórticos tallados que nos dan la bienvenida. También ahí se encuentran las iglesias de madera de Maramures, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, como la del Monasterio de Bársana.

De regreso a tierras más bajas seguí el curso del río Moldova hasta Capu Codrului, un pequeño conjunto de casas donde durante mi anterior viaje conocí a la familia Flais, ya que vieron cómo mi amigo Enric y yo íbamos a acampar en un prado y nos lo impidieron invitándonos a dormir a su casa. ¡La cara de sorpresa que pusieron cuando me vieron regresar, ocho años después y otra vez en bicicleta, no tuvo desperdicio!

Con este bonito recuerdo dejé atrás a mis amigos y sufrí unos días de lluvia y viento intensos. Os puedo asegurar que tras pedalear horas bajo la tormenta no entró ni una gota de agua en mis alforjas Aqua Back Plus.

 Una vez seco llegué a Moldavia, un pequeño país muy desconocido en general. A medida que aumenta el nivel de pobreza durante mi ruta, también empeora el estado de las carreteras. Eso sí, cuanto más aislado sea el territorio que visitas, más genuino es el acercamiento de la gente con quien te encuentras. Por eso me gusta tanto viajar en bici, porque despiertas un interés auténtico en las personas con quien te cruzas y eso te permite establecer buenas relaciones.

Un dato curioso, en Moldavia crucé la parte conocida como Transnistria, un pequeño territorio entre el río Dniéster y Ucrania que posee soberanía de facto, con su propia bandera, su propia moneda, su propio ejército…

Y desde allí, sin conceder soborno alguno a los militares transnistrianos, he llegado a Odessa, ya en Ucrania. Sigue el viaje hacia el este, ahora en una nueva dimensión donde el alfabeto latino deja paso al cirílico y el remanente espíritu de la URSS se pelea con la apertura a Europa Occidental. Seguimos hacia adelante con Vaude y Edelrid y no nos va a parar nadie, porque el límite lo ponemos nosotros. ¿Alguien se apunta? ¡Hasta pronto!

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