Pedaleando por los fiordos – by Naila Jornet – 1ª parte

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Recuerdo pedalear desde pequeña, lo típico, ir en bicicleta arriba y abajo con los amigos, después mi madre nos compró nuestra primera bicicleta de carretera, yo tenía 11 años, era una Giant roja, y empezamos a ir a subir puertos de montaña en los Alpes, tres o cuatro cada verano. Luego llegó el esquí, el trail, la escalada y poco a poco el polvo fue acumulándose en mi bonita Giant.

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Este verano, mi amiga Mireia decidió que ya era hora de quitarle el polvo y aún no se como me enredó para realizar un viaje completamente diferente para mi. Así que a finales de julio, mientras Cataluña se asaba de calor cogimos un vuelo a Oslo, con dos cajas más grandes que nosotras. El viaje fue un continuo de catastróficos y divertidos momentos. Íbamos lo más ligeras de equipaje posible, en las alforjas llevábamos, una tienda, dos esterillas, dos sacos de dormir, un jetboil para cocinar, unas mallas largas, una camiseta de manga corta, un plumas ligero y una chaqueta impermeable, unas zapatillas de correr y la ropa de bici.

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Habíamos planificado una ruta, buscándola en el google maps puesto que no nos daba tiempo para hacer ninguna de las rutas conocidas para ciclistas. Llegamos a Dombas de madrugada así que acampamos donde pudimos y esperamos impacientes que se hiciera de día para empezar a pedalear. Yo con más miedo que otra cosa, pues Mireia está más fuerte que el vinagre y me veía quitando la carbonilla de la bicicleta y la mía al mismo tiempo. Nada más levantarnos y desmontar la tienda empezó a llover. Esperamos una hora y al ver que no paraba y teníamos más de 100 kilómetros por delante decidimos ponernos las chaquetas y empezar nuestra epopeya.

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Dombas está en la parte sur de Noruega, a unas seis horas en tren desde Oslo. Todo lo que veíamos era verde. Campos verdes como pocos días lo están aquí, ríos que corrían llenos de agua. Dejo de llover y empezó a llover incontables veces así que deducimos que la chaqueta nos acompañaría todo el viaje. Por la tarde llegamos a nuestro primer fiordo, en Andelsness, después de pasar debajo de las impresionantes paredes de Romsdalen. Allí nos encontramos la primera dificultad. Noruega, y sus carreteras, no están preparadas para los ciclistas. A lo largo del viaje encontramos carreteras con rutas alternativas para ciclistas, que podían durar cincuenta, cien kilómetros tranquilamente, con caminos alternativos para cruzar los túneles, y señales que te iban guiando por dónde ir y donde no ir. Pero, a la que dejábamos estas vías ciclistas nos encontramos con carreteras estrechas, sin margen y con túneles oscuros y largos donde, en la mayoría de los casos no veías el final y parecía que te metías literalmente en la boca del lobo.

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Otras veces, los túneles tenían “caminos alternativos” como en el caso de Andelsness, donde estuvimos tres horas para realizar seis kilómetros y tuvimos que subir cuestas imposibles de senderos estrechos y llenos de barro, atravesar pedreras y cruzar túneles derruidos viendo las paredes caerse a pedazos. Pese a lo catastrófico que he pintado no todo era malo y los paisajes compensaba con creces los momentos de pànico al cruzar un túnel. Y las carreteras, en gran parte pequeñas, poco transitadas y con un buen asfalto eran una gozada.

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