Este pasado mes de marzo ha resultado ser un poco ajetreado, en poco más de un mes he acompañado a tres grupos de locos a pedalear por los desiertos de Marruecos y por las estepas del norte de Finlandia.
Lugares totalmente antagónicos pero con parecidos razonables. A su manera, dos desiertos. En ambos el agua es un problema, en uno por la dificultad de encontrar agua y el otro por la dificultad en mantener el agua en estado liquido. Sus cielos empequeñecen a cualquiera, nítidos y limpios, lejos de las rutas aéreas y las estelas blancas que dejan los aviones. Y de noche, en ambos, un mar de estrellas y galaxias invade la oscuridad, pero aquí es donde el frio norte se lleva la palma con las Auroras Boreales y sus
danzas de colores caprichosas.
En este tipo de lugares bastan pequeños detalles para romper las exigencias del ambiente y aportar un extra de confort. La organización y la logística de estas rutas deja poco espacio al disfrute, pero, aun que es cierto que siempre se encuentra un ratito para gozar encima de la bicicleta, hay muchas cosa que reclaman atención y el nivel de dedicación es muy elevado. Esto, añadido a la concentración en un solo mes de tres rutas a lugares tan exigentes, ha motivado una desconexión terapéutica a la altura de las circunstancias.
Montar las alforjas en la bici i desaparecer por carreteras y caminos del interior con un solo objetivo, pedalear sin preocupaciones, solo rodar y disfrutar.