Antofagasta, Chile; 20 de abril de 2013
¡Saludos, colegas! ¿Cómo estáis? Espero que muy bien. Yo no me puedo quejar, después de cuatro días pedaleando por el desierto de Atacama, por fin he llegado a la ciudad de Antofagasta y he podido darme una buena ducha.
Pero vayamos por partes. La última vez que os escribí estaba un mundo lejos de aquí, en Sydney. Me disponía a coger el avión hacia Santiago de Chile, lo cual hice sin ningún problema. En cambio, a mi equipaje, bici incluida, no le fue tan bien, y se perdió en algún punto del trayecto. Por suerte, Fran, una amiga de una amiga de mi tía, me dejó quedarme en su casa hasta que mis cosas llegaran. Esa misma madrugada, un mensajero nos despertó trayendo todas mis pertenencias, podríamos decir, mi casa sobre ruedas.
Al día siguiente le agradecí a Fran su hospitalidad, monté la bici y me puse en marcha hacia el norte. Enseguida enfilé la Ruta 5, la Panamericana chilena, que en algunos tramos es como una autopista y en otros como una carretera local sin margen alguno. Tan solo salir de la capital me encontré en pleno desierto. Al menos, así es como llamo yo a una gran extensión de tierra yerma sin un solo árbol a la vista.
De todas formas, el paisaje era bastante interesante. Durante la primera semana me quedaban las cumbres nevadas de los Andes a la derecha y las furiosas olas del Pacífico a la izquierda. Incluso el primer día, medio oculta tras las nieblas de las alturas, pude ver la cima del Aconcagua destacándose en el horizonte. Los camioneros que hacen una ruta regular por esta carretera ya me conocen y me saludan cada día. Ayer mismo, uno de ellos se detuvo y se bajó del camión para regalarme una botella de agua. Es solo un ejemplo de lo amables que están siendo conmigo todos los chilenos que he conocido.
A medida que me adentraba en el norte, primero el Norte Chico y después el Norte Grande, las poblaciones se hicieron más y más dispersas. Esta tendencia se ha rematado en estas últimas cuatro jornadas, en las que me he dedicado a cruzar el famoso desierto de Atacama, el lugar más árido del planeta.
Por una combinación de varios factores, como corrientes de aire que impiden la formación de lluvias y altas montañas que cierran el paso a las nubes, en esta región hay menos agua que en Marte y vivir aquí es todo un desafío. Igual que hacer en bici los 400 km que separan Chañaral y Antofagasta, un largo trecho sin ninguna población donde avituallarse o descansar, solo un puñado de posadas al margen de la carretera para abastecerse de agua y conservas.
El desierto es de por sí una prueba dura, pero aún lo es más cuando el viento entra en juego. En mi caso, esto ha sido cada día. Avanzar entre las montañas rojas y las dunas de arena de Atacama ha sido un infierno sobre todo por el combate a muerte contra el vendaval de cara.Pero finalmente estoy al otro lado y después de la ducha que os comentaba voy a dormir otra vez en una cama. A partir de mañana me espera un terreno todavía muy inhóspito pero al menos seguiré la Ruta 1 a lo largo de la costa y se supone que no me será tan difícil encontrar civilización. Y desde ahí, Perú está a un tiro de piedra. Así que… ¡seguimos rodando!
Xavi Narro ha trabajado como guionista en Barcelona TV, Mediapro y, hasta junio de 2012, en el programa “APM?” de TV3.
Pedaleará unos 40.000 km por cinco continentes durante 15 meses.
De momento ha viajado entre Barcelona y Antofagasta, 22.420 km, en 266 días.
También podéis seguir su viaje en:
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@Rodamontv