XAVI NARRO – RODAMON – 26.700 km en 308 días

  

¡Saludos, colegas! ¿Cómo va eso? Espero que muy, muy bien. En esta ocasión os traigo noticias de cambios, muchos cambios. En solo un par de semanas, el panorama se ha transformado totalmente, del desierto de la costa del Perú a la jungla de la sierra ecuatoriana. Si tenéis un minuto os lo cuento. Como recordaréis, a lo largo de la costa del Pacífico, desde Santiago de Chile hasta el norte del Perú, se extiende un desierto muy árido tan solo interrumpido por los verdes valles de los ríos que bajan de los Andes. Pues bien, el desierto de Sechura, entre las ciudades de Chiclayo y Piura, es el último coletazo de este paisaje tan desolado. Y a través de él se extienden 400 quilómetros de Panamericana sin pasar por una sola población.

Sin embargo, existe otra ruta, la Panamericana vieja, un poco más larga pero que transcurre más al este, al pie de las montañas. Fue durante este tramo cuando, por primera vez desde que estoy en América, pude ver un auténtico bosque. Parece una tontería, pero pedalear entre huertos, flores y árboles después de tanto tiempo tragando polvo me llenó de energía.En Piura tuve la suerte de poder contactar con Dina y su familia a través de Mireia, una amiga de Barcelona que los conoció cuando estuvo en Perú hace algunos años. Como siempre, ser recibido en un hogar y ser tratado como un pariente fue una de las mejores experiencias en el país. De ninguna otra manera es posible conocer tan a fondo la forma de ser de la gente de una tierra como cuando te invitan a su mesa y te ofrecen una cama para dormir.

Lo malo llega al día siguiente, cuando toca despedirse para seguir el camino. Por lo menos, el paisaje se volvía más verde a medida que me acercaba a Ecuador. Otra experiencia destacable antes de salir de Perú la viví en Punta Sal, donde me alojé en casa de mi amigo Jerry, justo en la playa, y por primera vez me bañé en este lado del Pacífico, ya que la helada corriente de Humboldt por fin quedaba atrás. Por la noche, Jerry encontró un polluelo de búho y lo adoptó, así que pude vivir otra experiencia nueva: acariciar un búho posado en mi mano.

La entrada a Ecuador fue como cruzar una puerta mágica: de repente apareció vegetación por todas partes. Inmediatamente descarté la idea de acampar, porque el terreno estaba o bien saturado de hierbas, plantas y arbustos, o bien inundado y embarrado, o bien dedicado al cultivo intensivo de arroz, caña de azúcar, plátanos o maíz. Durante los primeros días en este nuevo país seguí la carretera a través de los llanos del litoral, pero sin alcanzar a acercarme a la playa. Mi plan era evitar los desniveles de los Andes hasta llegar a Santo Domingo, bien al norte. Una vez ahí volví a vivir una experiencia auténticamente autóctona, gracias a Andrea, una prima lejana.

Después de encontrarnos, me llevó a la peluquería de su tío, donde conocí a los representantes del colectivo transexual de la ciudad; luego a ver cómo jugaba un partido de fútbol contra sus compañeros y compañeras del trabajo; y luego a casa a cenar pollo asado con su familia. Después de esta ruta por el Santo Domingo cotidiano, casi me había olvidado de mi bici y de mi viaje.

Pero al día siguiente volví a montar y por fin tocaba subida. En dos días pasé de 400 metros sobre el nivel del mar a más de 3.000 y llegué a Quito. La capital ecuatoriana me encantó; el paseo vespertino por las calles empinadas del casco colonial, visitando su interminable colección de iglesias, fue tan enriquecedor como agotador. Desde entonces he seguido avanzando entre las cumbres celestiales de los Andes. Las etapas son extenuantes y casi me resulta imposible seguir con el ritmo de 100 km al día. En una misma jornada me precipito por bajadas interminables que luego tengo que remontar, superando desniveles diarios de entre 1.000 y 1.500 metros.

 Sin embargo, las formas monstruosas de las montañas, el bosque húmedo, las cascadas, las profundas quebradas vertiginosas… todo ello se agradece porque es un castigo para las piernas pero un lujo para los ojos. Además, los ecuatorianos han estado a la altura de su fama de gente muy hospitalaria. Siempre cuento que allá donde he estado me han tratado bien, pero tengo que destacar la amabilidad de los habitantes de Ecuador. Mañana mismo remataré los últimos quilómetros que me quedan en la provincia de Carchi y cruzaré la frontera con Colombia. Estoy seguro de que ahí me esperan muchas más experiencias si sigo dándole a los pedales, así que… ¡seguimos rodando!

Xavi Narro ha trabajado como guionista en Barcelona TV, Mediapro y, hasta junio de 2012, en el programa “APM?” de TV3.

Pedaleará unos 40.000 km por cinco continentes durante 15 meses.

De momento ha viajado entre Barcelona y San Gabriel, 26.700 km, en 308 días.

También podéis seguir su viaje en:

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http://www.facebook.com/rodamon.tv

@Rodamontv

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